Así fue cómo los periquitos conquistaron Londres: lo que los pájaros verdes nos pueden enseñar sobre las mascotas exóticas
Algunos dicen que se escaparon de los aviarios destrozados por la Gran Tormenta de 1987. Otros que fue Jimi Hendrix el que liberó una pareja de ellos en Carnaby Street en algún momento de los años sesenta. También hay quien explica que todo se debe al puñado de aves que escaparon de la única tienda de mascotas de Sunbury-on-Thames en 1970.
Pero la historia más popular sobre los orígenes de los periquitos salvajes de Londres nos lleva a Isleworth, al oeste de la capital británica en 1951. Allí se rodó ‘La Reina de África’ de Humprhey Bogart y Katheron Hepburn en su accidentado viaje por el río Ulanga en plena Primera Guerra Mundial. Según la leyenda urbana, los periquitos se escaparon del rodaje y ahí empezó la conquista del sur de Inglaterra.
Esos fascinantes pájaros verdes
Aunque algunos zoólogos han insistido en la hipótesis cinematográfica, lo cierto es que la mayoría de expertos han descartado esas pintorescas teorías. Sin embargo, la verdad es difícil de determinar.
La primera vez que se vio un periquito salvaje en Inglaterra fue en 1855, en Norfolk. Hubo avistamientos en Dulwich (1893) y Brixton (1894). Y hay cuento de Orwell de 1935 donde se habla de ellos (aunque no sabemos si la referencia es real porque también se habla de cocoteros).
Lo más probable, no obstante, es que esas poblaciones de periquitos desaparecieran repetidamente incapaces de adaptarse al entorno. Pero en 1969 algo cambió. Los periquitos (una mezcla entre dos subespecies asiáticas: la Psittacula krameri borealis y Psittacula krameri manillensis que en español solemos llamar ‘Cotorra de Kramer’) empezaron a reproducirse y a arraigarse en el área metropolitana de Londres. En 1983, se estimaba que había unos 500 viviendo de forma estable en la ciudad. Pero durante los años 90 la población se disparó.
Hoy por hoy, aunque los últimos años han sufrido el ataque de varios depredadores, las estimaciones los sitúan entre los 8.600 ejemplares de la Royal Society for the Protection of Birds y los 32.000 de los investigadores del Departamento de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales británico. Las cifras exactas cambian, el resultado es el mismo: son demasiados.
La(s) peste(s) exótica(s)
Tanto es así que muchos expertos ya hablan de ellos como de una de las mayores amenazas que tienen los pájaros, las granjas y las viñas del sur de Inglaterra. Los daños se cuentan en millones de libras. Es «oficialmente, una peste«. En Israel, llevan años siéndolo. Yo, en cambio, les tengo cariño: son una muestra perfecta de cómo se nos puede ir todo de las manos.
Según las estadísticas oficiales, entre 1984 y 2007, cerca de 150,000 periquitos llegaron a Europa como mascotas. Su capacidad para adaptarse a las zonas urbanas y su resistencia al clima europeo hicieron el resto. Hoy por hoy, hay más de 80.000 periquitos salvajes en libertad en el continente y el número no deja de crecer. El cambio climático ayuda. Con eso y con más cosas.
Hace unas semanas, se encontraron varios ejemplares de renacuajo de «rana toro» (una de las especies más nocivas del mundo) en el delta del Ebro. Esta rana gigante americana tiene potencial para destruir los ecosistemas del país en un «abrir y cerrar de ojos». Los animales de los que se alimenta no están acostumbrados a encontrarse con anfibios de ese tamaño, fuerza y voracidad. ¿Cómo entraron al país? Como mascotas. Hasta 2013, cuando se prohibieron, había varias granjas dedicadas a su cría y comercialización.
Ya sea el coipú en el País Vasco, el caracol de la manzana en Cataluña, la cotorra de Kramer también en Sevilla y Barcelona o el mejillón cebra en todo el país, la biodiversidad está terriblemente amenazada. Y, como demuestra el periquito salvaje Londinense, eso puede ser un enorme problema. Para todos.
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Javier Jiménez
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