Construir una base permanente en la Luna está de moda, es una pena que no sepamos cómo construirla
Antes de verano, Elon Musk decía que “necesitamos construir una base en la Luna”. Musk tiene estas cosas: frases grandilocuentes, ideas alocadas, proyectos de largo aliento que nadie sabe si son ni siquiera posibles. Pero no es solo cosa suya. En los últimos meses, todo el mundo habla de ello y, en el fondo, tienen algo de razón. O, al menos, hay algo en lo que yo estoy de acuerdo, necesitamos querer hacer cosas.
Da igual que sea viajar a Marte, erradicar todas las enfermedades genéticas o, por qué no, construir una base en la Luna. Lo importante, como decía Daniel Burnham, es “no hacer planes pequeños. Estos no tienen la magia suficiente para revolver la sangre de los hombres y probablemente nunca serán llevados a cabo”. Hoy, aprovechando la moda lunar, os traigo un buen ejemplo sobre cómo no se pueden construir sueños sin hormigón.
El cemento de la civilización
Si hay algún elemento constructivo que sea sinónimo de la civilización, ese es el cemento. La receta del hormigón a base de roca volcánica, cal y agua del mar fue una de esas cosas que se perdieron en la larga agonía del Imperio Romano y no emulamos hasta más de un milenio después. Se hace muy difícil construir grandes sociedades sin cemento.
También lo sería en la Luna. Sí, tenemos la tecnología necesaria para construir un asentamiento lunar a base de cascarones vacíos transportados desde la Tierra. Lo que pasa es que no es suficiente si nos lo queremos tomar en serio y esa limitación es uno de los grandes problemas para establecer una base lunar permanente: el rendimiento de los materiales y la disponibilidad de recursos in-situ.
Como podéis imaginar no son problemas triviales: hace unos años, llevar un kilo de hormigón a la Luna cuesta entre 50.000 y 100.000 euros. La buena noticia es que, una vez examinados los recursos lunares, todo parece indicar que tendríamos todos los elementos necesarios para construir una buena cantidad de ese maravilloso cemento que nos mantendría lejos del frío espacial. La mala noticia es que, bueno, no tenemos agua.
Y sin ella, los anuncios de las agencias espaciales son poco más que marketing y buenas intenciones.
En busca de un cemento sin agua
Desde los años ochenta, varios grupos de investigadores han trabajado en cómo construir cemento sin agua. Sin embargo, ha sido en la última década cuando Toutanji de la Universidad de Alabama en Huntsville ha puesto toda la carne en el asador para crear un verdadero cemento basado en azufre.
¿Azufre? Efectivamente, el azufre es un elemento volátil que se puede extraer de los suelos lunares con calor. Los trabajos de la Universidad de Alabama y de la NASA tratan de descubrir si el rendimiento de ese tipo de cemento es aceptable. También a nivel de protección frente a la radiación.
Y, por ahora, parece la opción más sensata. Aunque aún queda mucho por investigar. Añadiendo silicio a la mezcla (algo que también se puede encontrar en la superficie lunar), podría soportar hasta 200 veces la presión atmosférica. No está mal (incluso frente a otras alternativas nanotecnológicas), pero es lo de menos.
Como decía antes, la base permanente lunar no es lo importante es el «plan grande» que nos impulsa a seguir buscando, a seguir investigando, a seguir creyendo en nosotros mismos y en nuestras capacidades. Los problemas que presenta la construcción de asentamiento espacial crean oportunidades para desarrollar nuevas formas de mejorar el mundo. No es poco.
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Javier Jiménez
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