Después del segundo y el metro, ahora es el kilo al que le toca actualizarse
Si te pido que me digas cuánto es un segundo, probablemente comiences a hacer algún tipo de sondo rítmico, un chasquido de la lengua o los dedos, una palmada o canturrear «un hipopótamo, dos hipopótamos, tres hipopótamos y añadas: «más o menos esto». Dejando aparte tu sentido del ritmo, calcularías cuánto dura un segundo porque has tenido en tus manos un reloj tictiqueante alguna vez.
Si te pregunto qué es un segundo, la situación puede ser muy distinta. ¿Cuántos de nosotros sabríamos definir qué es un segundo, más allá de que es eso que usamos para medir el tiempo?
Un segundo ya no es lo que era
No muchos, desde luego. Pero hay expertos que lo estudian. Son los físicos metrólogos y su tarea es asegurarse de que las definiciones de las unidades básicas con las que medimos nuestro mundo (el tiempo, la distancia, la masa, el calor…) son todo lo precisas que los actuales avances científicos y técnicos nos permiten. De ello depende, entre otras cosas, que las dosis de fármacos con que combatimos enfermedades o que los cálculos con que planeamos misiones espaciales sean tan correctas como sea posible.
De hecho, hace unas cuantas décadas decidieron que el segundo, tal y como lo entendíamos hasta entonces, no valía. Hasta 1967 entendíamos un segundo como el resultado de dividir lo que dura el día solar medio entre 86.400. Pero eso resultaba algo impreciso, así que la definición cambió por la siguiente:
Un segundo es la duración de 9.192.631.770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles superfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio a una temperatura de 0 grados kelvin.
Tampoco un metro ni, pronto, un kilo
Toma precisión. Redefinido el segundo, en 1983 se redefinió el metro. Lo que durante décadas fue «la millonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre», la distancia que va del polo norte al ecuador, pasó a ser «la distancia que recorre la luz en le vacío en un intervalo de 1/299.792.458 de segundo«.
El kilo será el siguiente que pasará por una puesta a punto. En 2018 dejará de estar definido por lo que pesa un cilindro de platino e iridio custodiado en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas de París y pasará a estar definido con la constante de Planck utilizando la llamada balanza de Watt, un instrumento que compara la potencia mecánica con la electromagnética.
Tras él irán el amperio, el kelvin y el mol. Podéis consultar aquí cuáles serán las nuevas definiciones, y comprobaréis que todas tienen algo en común: las nuevas definiciones no están relacionadas con un objeto o medida hechos por el hombre de forma más o menos aleatoria, sino que se sacarán en relación con constantes universales. La constante de Planck, la velocidad de la luz, las oscilaciones de un átomo de cesio, el número de Avogadro…
Las ventajas (e inconvenientes) de las constantes
Esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Por un lado, las constantes son eso, constantes: son siempre iguales sin que importe el paso del tiempo o el movimiento de la Tierra… O eso creemos.
Porque uno de sus inconvenientes es que son de origen desconocido. Sabemos cuál es la velocidad de la luz, pero no sabemos por qué es precisamente esa y no otra cualquiera. Esto para los científicos ya es causa de cierta incomodidad.
Pero sus implicaciones también lo son. Que no sepamos de dónde sale la velocidad de la luz quiere decir que no podemos descartar la posibilidad de que ocurra algo que la haga cambiar, se plantean algunos físicos, si bien no hay evidencias de que eso haya ocurrido nunca o vaya a ocurrir en el futuro.
Los metrólogos que se reunirán en 2018 para someter el nuevo kilo a votación contemplan y asumen ese riesgo. Falta poco para que esta medida se sume al segundo y al metro y así cambien cómo medimos nuestro mundo sin que nosotros nos demos apenas cuenta.
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Después del segundo y el metro, ahora es el kilo al que le toca actualizarse
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Rocío Pérez
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