La muerte es el precio que pagamos por ser quienes somos: la ciencia de la búsqueda de la inmortalidad
El límite de la vida humana lo marcó Jeanne Louise Calment: con 122 años, esta francesa se convirtió en la mujer más longeva de la historia conocida. Su caso ha abierto la puerta a un sinfín de preguntas: ¿existe un máximo en la vida humana? ¿Cuál es? A medida que la tecnología y la medicina avanzan, hay quienes se vuelven más ambiciosos. ¿Y si pudiéramos romper ese límite? ¿Es posible alcanzar la inmortalidad? ¿Realmente es lo que queremos?
Gompertz, Makeham y el límite de la longevidad
El pasado verano se publicaba un estudio bastante curioso sobre el límite de nuestra mortalidad. En él, los autores explicaban que al alcanzar los 105 años, la probabilidad de morir alcanza su límite en el 50%. Antes de eso, sigue una función determinada por Benjamin Gompertz y corregida por William Makeham en el siglo XIX.
Esta función indica que la probabilidad de mortalidad se dobla cada ocho años (entre los 30 y los 80). En los más mayores, este ratio desciende en lo que se conoce como «desaceleración de la vida longeva». Alejándonos de los números y su farragosidad, estos datos despiertan una idea interesante: ¿hemos alcanzado nuestro tope?
Calment llegó a los 122 años, pero no sabemos si es lo máximo que se puede alcanzar. Muchos expertos, sin embargo, opinan que esta cifra está bastante por debajo del límite que podemos alcanzar. Por otro lado, las estimaciones dicen que cada vez viviremos más tiempo, pero eso no significa necesariamente que este límite se desplace.
Estudios como el que mencionábamos sitúan el límite de nuestra longevidad en los 125 años, como máximo. Si este no cambia, cada vez viviremos más, pero será extremadamente improbable que superemos a la supercentenaria francesa. ¿Qué dirige nuestra longevidad? El secreto está en nuestro cuerpo, por supuesto.
¿Por qué envejecemos?
Los estudios estadísticos son muy útiles, pero es imposible hablar de envejecimiento sin adentrarnos en el complicado mundo de la biología. Para poder entender mejor los entresijos de nuestro cuerpo, hemos hablado con dos expertos en fisiología y genética. Darío Acuña Castroviejo, médico y Catedrático de Fisiología en la Universidad de Granada, y Arcadi Navarro Cuartiellas, profesor e investigador asociado a la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados (ICREA) y especialista en genómica evolutiva.
«Envejecemos porque la capacidad del organismo de regenerar las células es menor que la destrucción de las mismas«, nos cuenta Darío al preguntarle por nuestro cuerpo. «Conforme envejecemos [a partir de los 35 o 40 años, indica el médico], el organismo va perdiendo capacidades cognitivas, neurales, físicas, etc». Ello se debe a que los órganos y tejidos van reduciendo su capacidad metabólica, y de esta forma se producen menos hormonas, se ralentizan los procesos energéticos celulares, las células reducen su capacidad de producción de energía, ya que las mitocondrias, sus centrales energéticas, van decayendo».
Según nos explica Darío, desde el punto de vista celular se produce un círculo vicioso: «A menor energética celular, menos capacidad tienen las células para cumplir sus funciones, incluyendo la regeneración y reparación celulares. Es un vehículo viejo, desgastado por todas partes, lo cual reduce su eficiencia». Arcadi nos da otro punto de vista, complementario, sobre nuestros genes:
«Sabemos relativamente poco cuando hablamos de envejecimiento, pero mucho más de lo que creíamos. Por ejemplo, en la genética del envejecimiento, lo que se ha encontrado en poblaciones humanas son algunos cambios en los patrones de metilación del genoma según nos hacemos mayores; cambios en los patrones de splicing, en las formas protéicas presentes en nuestras células; se han encontrado algunas pequeñas variantes genéticas presuntamente asociadas a longevidad…», comenta el experto.
«En realidad lo que sucede es que hay una enorme cantidad de enfermedades humanas que afectan a la longevidad»
La metilación es un proceso por el cual se añade una molécula de manera que «bloquea» ese gen, regulando su expresión, como si fuera un interruptor. Por otra parte, el splicing protéico es un proceso por el que las cadenas de proteínas se cortan y empalman, eliminando o añadiendo aminoácidos de manera que la proteína se vuelve activa o inactiva. Es otro mecanismo de control en forma de interruptor.
«Por supuesto, a nivel molecular y fisiológico hay un montón de información», coincide el Arcadi. «Hay proteínas [como las sirtuinas] que tienen que ver con el envejecimiento… Pero dicho todo esto, en realidad lo que sucede es que hay una enorme cantidad de enfermedades humanas que afectan a la longevidad». Según nos explica el investigador, hay que tener en cuenta no solo el envejecimiento «sano», sino la relevancia que tienen estas enfermedades y factores de riesgo a la hora de considerar los límites de la vida humana.
Lo que le pasa al cuerpo cuando se hace viejo
«Todas las especies vivas, animales y vegetales, tenemos un ciclo vital que, desde el punto de vista filogenético, darwiniano, cumple perfectamente su misión», nos comenta Darío, ampliando su explicación. «Tenemos que mantener la especie, para lo cual nacemos, crecemos, maduramos sexualmente, nos reproducimos, y morimos. El hecho de morir pronto es importante porque a más años, más mutaciones vamos acumulando, aumentando la probabilidad de transmitir taras genéticas a nuestra descendencia».
«La medicina ha interferido en esta evolución, de manera que curamos enfermedades, vivimos muchos más años de los que nos corresponden. ¡Esto no es malo! Pero permite la gestación a edades más avanzadas que muchas veces se acompañan de riesgos gestacionales». El médico profundiza un poco más en los cambios que ocurren cuando nuestras células comienzan a envejecer:
«[Los factores fisiológicos más importantes en el envejecimiento se manifiestan en] la incapacidad de las células madre de cada tejido y órgano de regenerar cada uno de ellos para mantenerlo joven, así como los factores epigenéticos que afectan al ADN de esas y otras células, que pueden afectarle negativamente», prosigue.
Para el Dr. Acuña, posiblemente sea el estrés oxidativo el principal mecanismo de desgaste y muerte celular que subyace al envejecimiento. «El oxígeno es vital para nosotros, pero nos mata lentamente. No todo es perfecto y las mitocondrias, donde se consume el 95% del oxígeno que respiramos, también generan radicales libres que producen daño oxidativo en la propia mitocondria y en la célula».
«Esta tiene unos potentes sistemas antioxidantes», continúa. «Pero, con la edad, su actividad disminuye porque se dañan por los propios radicales libres, entrando en ese círculo vicioso del envejecimiento y daño celular. Sabemos que frenando el estrés oxidativo mejoramos la función mitocondrial y celular, y retrasamos el envejecimiento. Aunque lo más importante no es tanto alargar la vida como reducir las enfermedades asociadas al paso del tiempo. En otras palabras, vivir con más calidad de vida», apunta.
¿Y qué pasa con nuestros genes?
Existe un gen conocido como inhibidor 2A de quinasa dependiente de ciclina, más también llamado gen de p16 o CDKN que puede servir como un gran ejemplo. «Es un gen muy relevante», explica Arcadi. «Se sabía desde hacía tiempo que tiene toda una serie de efectos importantes en la senescencia en ratones. También se sabe que con la edad, este gen se desregula y se expresa con niveles más altos. Esto afecta a la capacidad de regeneración muscular de los ratones».
Uno de los mecanismos básicos de la «muerte» consiste en que las variantes genéticas que causan los problemas en la vejez parecen haber tenido un efecto positivo en la juventud
«Si consigues regular a la baja la expresión de este gen, y te pasas, los ratones mueren de cáncer. Sin embargo, si consigues controlarlo regulándolo con más precisión, lo que consigues es que los ratones desarrollen músculo aunque sean mayores«. El equipo de Arcadi trabajó con este gen en humanos, identificando su papel en diversas enfermedades.
«La parte interesante de este gen [en humanos], es que las variantes genéticas que te protegen de sufrir un glioma en edad infantil, por ejemplo, son las mismas que causan una mayor incidencia en edad avanzada. Parece que uno de los mecanismos básicos de la «muerte» es que las variantes genéticas que causan los problemas en la vejez parecen haber tenido un efecto positivo en la juventud», comenta Arcadi. «Cuando uno analiza el genoma desde esta perspectiva, encuentra toda una serie variantes de genes que parecen cumplir con este patrón«.
«Por ejemplo, las variantes genéticas que causan la degeneración física de manera natural», nos explica el experto en genética, «arrugas, enfermedades, etc., han tenido un efecto positivo durante nuestro desarrollo: nos han protegido de determinados problemas, nos han hecho más fuerte, más capaces de procesar ciertos alimentos… Cuando uno analiza el genoma desde esta perspectiva, se encuentra con todo tipo de genes que se comportan de esta manera, regulándose según la edad».
El equipo del Evolutionnary Genomics Lab de Arcadi ha trabajado mucho en este campo. «Uno de los patrones más interesantes que encontramos», incide el investigador, «es que esto genes tienen una tendencia mayor que el resto del genoma a cambiar, por ejemplo, sus patrones de metilación con la edad».
El grueso de nuestros genes, según nos comenta, tiene tendencia a cambiar dichos patrones, pero estos, en particular, cambian de manera importante. «Esto tiene lógica, porque si un gen tiene distintas funciones, una manera de controlarlo es que cambie su patrón de metilación con el lugar y también con el tiempo. Evidentemente la regulación de todo esto es extremadamente complicada».
En busca de la inmortalidad
¿Qué pasaría si pudiéramos parar, de golpe, el envejecimiento? No existe un «interruptor» omnipotente capaz de paralizar todos los procesos que nos hacen envejecer, eso está claro. Pero tal vez sí que hay muchos interruptores. ¿Podríamos dar con la combinación adecuada para evitar la muerte?
«Parece muy baja la probabilidad de encontrar una solución», contesta Arcadi ante este ejemplo. «Al final, lo que observamos es que las causas de la mortalidad son extremadamente diversas. Uno puede morir de muchas cosas y sufrir de muchos tipos de ‘falta de salud’ con la edad. Difícilmente se puede encontrar una solución para todo esto. Eso no quiere decir que no puedan encontrarse maneras y métodos para alargar la vida».
Por su parte, Darío coincide con Arcadi cuando nos explica algo más sobre estos posibles interruptores: «Digamos que las marcas epigenéticas de nuestro ADN corresponden a nuestro historial de vida, que queda así marcado. Si consiguiéramos eliminar todas esas marcas, volveríamos a tener una célula joven, intacta, casi diríamos virgen para comenzar de nuevo su etapa o ciclo vital».
«Se están haciendo estudios muy interesantes eliminando esa marcas de algunas células, rejuveneciendo el tejido u órgano correspondiente. Quizás los trabajos en este sentido del científico Juan Carlos Izpisua, que dirige actualmente el Instituo Salk en Los Ángeles, Estados Unidos, están marcando un antes y después del envejecimiento». Pero si la cuestión ya parecía compleja, el debate no ha hecho más que comenzar.
¿De verdad queremos vivir para siempre?
«Yo no creo que alargar la vida sea prudente», no duda en contestar el Dr. Acuña. «Vivir 140 años nos llevaría a una superpoblación, falta de recurso económicos globales y, al final, a guerras porque el espacio es limitado. Pienso que quienes dicen que vamos a vivir eternamente, no tiene un planteamiento mínimamente serio».
El entorno ecológico de un organismo regula el óptimo de la edad óptima de este
Desde el punto de vista práctico, Arcadi apunta otra idea: «Hay una explicación, sobre la que hay que trabajar mucho todavía, pero que parece bastante verosímil. Esta dice que es el entorno ecológico de un organismo, que determina su mortalidad extrínseca [que no está ligada a su propia naturaleza], es el que regula el óptimo de la edad de un organismo».
La cuestión aquí sería, una vez que varía este óptimo de edad, ¿qué mecanismos evolutivos entran en juego para que el organismo esté bien? Esto mismo es lo que podemos ver en seres humanos: con el incremento en la esperanza de vida aparecen nuevos problemas fisiológicos inesperados.
«Hay, literalmente, centenares de laboratorios por todo el mundo tratando de desentrañar la solución a estos problemas. Hay quienes trabajan en sirtuinas, hay quien se centra en las variantes de cáncer, hay quien se centra en cuestiones cognitivas, moleculares…», confirma, el investigador.
«Sí que podemos luchar contra el envejecimiento patológico», continúa el Darío. «En este sentido se están haciendo grandes progresos aunque, desgraciadamente, todavía no conseguimos erradicar las enfermedades de la edad. Probablemente hay que cambiar muchas cosas», explica.
«Se está dedicando una ingente cantidad de dinero a estudiar las alteraciones genéticas de Alzheimer y Parkinson, por poner dos ejemplos epidemiológicamente significativos, cuando solamente un 7% de esas enfermedades es de origen genético». Para el médico también es importante diversificar esfuerzos y hacer otras aproximaciones experimentales.
Porque si no acabamos con estas enfermedades, al final, podríamos ser inmortales, pero la enfermedad nos haría sufrir durante un larguísimo periodo. Eso por no hablar de los recursos. Tal y como hablamos sobre el tema, vivimos en un mundo que difícilmente podrá soportar la presión a la que lo estamos sometiendo. La cuestión, en definitiva, tal vez no sea si queremos ser inmortales, sino la calidad de vida que queremos durante nuestro periodo de existencia. Cuando hayamos arreglado esa cuestión, quién sabe, tal vez estemos mucho más cerca de vivir para siempre si así lo deseamos.
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Santiago Campillo
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