Nuestro ADN podría aparecer de repente en una escena del crimen y sin que siquiera lo sepamos
La policía estuvo buscando al «fantasma de Heilbronn» durante dieciséis años. La recompensa por alguna pista de su paradero llegó alcanzar los 300.000€. No es para menos, este asesino en serie participó en la muerte de al menos seis personas, incluyendo a la agente Michèle Kiesewetter, de Heilbronn; robos y otros delitos. En total se le contaban hasta cuarenta escenas del crimen. Y, aun así, se conoció a esta criminal como «la mujer sin rostro», pues nadie consiguió encontrarla.
Hasta 2009, cuando se resolvió el misterio: el fantasma no era otro que una trabajadora de la fábrica de hisopos «estériles» usados para recoger las muestras biológicas en las escenas del crimen. «¡Qué coincidencia!». Por supuesto que no lo es. La asesina en serie resultó ser fruto de una simple contaminación secundaria de ADN, convirtiéndose el caso en uno de los más estrambóticos de la criminología contemporánea.
¿Qué nos cuenta el ADN en una escena del crimen?
Antes de 1997 el uso del ADN en criminología dependía casi exclusivamente de los fluidos corporales: la saliva, el semen o la sangre eran los tesoros más preciados en una escena del crimen. A partir de ellos se realiza un «perfil genético«, que no es otra cosa que un patrón de pedazos de ADN más cortos y más largos. Bien ordenados, estos son únicos de cada individuo y permiten hacer una especie de «código de barras» individual.
Pero si hablamos del uso genético en la criminología de hoy día, tenemos mucho más. En 1997, Roland van Oorschot demostró que se puede conseguir ADN de muchos más sitios. En concreto, del órgano más extenso que tenemos: la piel. Pero no directamente, que esa es la cuestión, sino de las células que dejamos a nuestro paso por una escena.
Si tocamos un pomo, o un vaso, si bebemos de él, o si le damos al mando de la tele, con total seguridad dejaremos nuestra impronta genética en forma de células pegadas. Oorschot demostró que se podía obtener un perfil genético a partir de las huellas que dejamos en estos y otros casos. A partir de ellas se extrae el ADN y se analiza el haplotipo, que es un conjunto de variaciones del ADN, llamados polimorfismos, que tienden a ser heredados juntos.
Además de este perfil, también se pueden realizar pruebas de ADN mitocondrial. Este es el ADN contenido en las mitocondrias y es de herencia materna. Aunque es más específico a la hora de usarlo, es más fácil de obtener por su enorme cantidad, y puede resultar igual de relevante a la hora de identificar o comprobar la presencia de alguien en una escena de el crimen.
Una vez obtenido el material, lo siguiente consiste en obtener el ADN para hacer el perfil y compararlo con las bases de datos existentes. Dependiendo del país, el crimen conllevará que se archive o no este dato en la ficha policial. Así, algunos criminales (que no todos), quedan registrados para siempre.
En otros casos se puede requerir que estos perfiles se empleen para compararlos con los de los sospechosos. Esta es una manera de asegurar que las pruebas están apuntando correctamente hacia los posibles autores. En otras ocasiones, más raras, pueden indicar a alguien que no se había contemplado como sospechoso. En el peor de los casos, también podrían señalar con su dedo acusador, a un inocente.
«La bala mágica» de la criminología
Por su increíble efectividad y sencillez, los análisis genéticos forenses son vistos como pruebas irrefutables. Es bastante complejo que fallen. Al fin y al cabo, si el ADN está ahí, es por algo. El material genético no miente, y si hay un error en la prueba, puede volver a hacerse (en la mayoría de los casos) para comprobar que no ha sido un error.
Por esta razón, los investigadores buscan con celo cualquier resto biológico en busca de una prueba confirmatoria. Así loe hemos visto en series y películas (el caso del fantasma de Heilborn hasta fue retratado en CSI), pero también en las investigaciones reales: el ADN es una herramienta maravillosa para esclarecer un crimen. No obstante, aunque las pruebas de ADN pueden incriminar a un sospechoso, en sí no son definitivas, y se le da prioridad a la identificación por testigos presenciales, por ejemplo.
Auún así, la confianza que se le da a este tipo de análisis, por todo el mundo, es enorme. Tanto es así que existen personas que acusan a estos análisis de servir como una especie de «bala mágica«, dirigida hacia el criminal sin que nada pueda pararla. Pero su efectividad es también puede ser un arma de doble filo. Pues la bala podría ir dirigida a una persona inocente.
Esto mismo es lo que ocurrió en el caso del fantasma de Heilborn. Imaginemos por un momento que la mujer, trabajadora en una planta de productos médicos, hubiera estado relacionada de alguna manera con alguno de los crímenes. Hubiera sido increíblemente difícil demostrar su inocencia porque «el ADN no miente».
Pero a la luz de los estudios de Oorschot, el ADN puede ser mucho más persistente de lo que pensábamos. Por eso mismo, ahora, en una escena del crimen se tiene un cuidado inmenso para no «contaminar» las pruebas, lo que podría originar un desagradable y complicado malentendido, como ya hemos visto. Pero la cosa no acaba aquí: ¿y si te contara que tu ADN podría encontrarse en sitios que ni siquiera has visitado?
Tu ADN en todas partes
Las contribuciones de Oorschot no se quedaron en las células dejadas por nuestras huellas. En 2010, un interesante análisis ponía de manifiesto otro inquietante fenómeno: la presencia de ADN de otras personas en escenas con las que ni siquiera habían tenido contacto. Acuñado por el investigador, el término «transferencia secundaria» es ahora bien conocido por los criminólogos porque puede suponer un serio problema en su trabajo.
Pongamos el caso de Lukis Anderson, que en 2012 era un indigente, además de alcohólico, con ciertos problemas de memoria. Por cuestiones que no vienen al caso, Lukis había sido incluido en las fichas policiales, incluyendo su perfil genético. Durante ese año un atroz crimen segó la vida de Raveesh Kumra, en Monte Sereno, cerca de Silicon Valley.
Lukis se vio acusado por culpa del ADN encontrado en las uñas de la víctima. Y, como ya hemos dicho, «el ADN no miente», ¿no? Sin embargo, esa misma noche, Lukis estaba pasando un coma etílico en el hospital de San José, a unos cuantos kilómetros de la escena del crimen. Gracias a este hecho, en el juicio se cuestionó la participación de Anderson y finalmente fue absuelto.
¿Y cómo llegó el ADN a dicha escena? En este caso concreto nadie lo sabe, aunque todo apunta a que podría haberse debido a la manipulación de los paramédicos envueltos en ambas escenas. En otras ocasiones, esto es aún más sorprendente. Las células de la piel pueden viajar mucho más lejos de lo que nos pensamos.
Un estornudo, el viento, o pasar junto a otra persona puede llevar nuestro ADN hasta lugares insospechados. En tal caso, podría aparecer en un análisis de perfiles genéticos realizado durante una investigación forense. La superficie de las camisetas, una bolsa, las gafas, monedas… muchos objetos son propensos a albergar este tipo de restos.
Un estornudo, el viento, o pasar cerca de una persona puede llevar nuestro ADN a sitios insospechados
Determinar lo lejos que puedan llegar, cuáanto tiempo permanece o lo fácil que es extraer material genético de este tipo de contaminación ha sido también el objetivo de numerosos estudios. Incluso se ha estudiado hasta quée punto puede originar un falso positivo y enturbiar una investigación.
Las conclusiones son siempre las mismas: hay que trabajar bajo estrictas condiciones y tratar las pruebas genéticas con mucho cuidado. Y escepticismo. De ahí que no sean pruebas definitivas. Como todas las herramientas, el ADN puede resultar muy esclarecedor, pero en malas manos o con un uso inadecuado, podría resultar la prueba definitiva para condenar a un inocente injustamente.
Imágenes | Pexel, U.S. Airforce, West Midlands Police, U.S. Airforce
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Nuestro ADN podría aparecer de repente en una escena del crimen y sin que siquiera lo sepamos
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Santiago Campillo
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