Ya casi no quedan lugares "salvajes" en la tierra (ni el agua), y por esto es preocupante
Si pensamos en un entorno salvaje puede que nos venga a la mente una profunda selva, un denso bosque, la fría tundra ártica o el desolado desierto. Pero lo cierto es que, hasta en estos rincones, podemos encontrar huellas de la mano del ser humano. Según muestran los últimos informes, ya casi no queda verdadero terreno salvaje. Sin embargo, ¿qué consideramos «salvaje»? ¿Qué valor tiene la naturaleza para nosotros? ¿Qué queda en el planeta? Y, ¿por qué debería importarnos?
En ruta hacia «lo salvaje»
A pesar del diario encontrado y de las investigaciones realizadas por el mismísimo Krakauer, nadie podrá jamás imaginar qué sintió Christopher Johnson McCandless cuando se internó en el Parque Nacional de Denali. Situado en lo más profundo de Alaska, esta reserva de 24.500 Km cuadrados se encuentra en el límite de la civilización. McCandless se marchó allí buscando la naturaleza más pura, sin rastro de los seres humanos.
Así que, como decíamos, jamás podremos llegar a comprender realmente qué sintió cuando llegó al «autobús mágico», en el que habitó durante los cuatro meses que logró sobrevivir solo, en la naturaleza. Seguramente sentiría alivio o extrañeza. No obstante, lo que queda claro es que ese autobús, que le dio cobijo y calor, no es lo que esperas encontrar en un territorio salvaje.
¿Y qué consideramos, de verdad, «salvaje»? Aunque es una cuestión mucho más complicada de lo que parece, siguiendo la definición de la fundación homónima, podríamos definir a las áreas naturales salvajes más intactas y sin perturbar que quedan en nuestro planeta como «los últimos lugares verdaderamente salvajes que los humanos no controlan y en los que no se han desarrollado carreteras, tuberías u otras infraestructuras industriales de ningún tipo».
Sí que se admiten como lugares salvajes las zonas ocupadas por gente indígena, puesto que somos parte de la naturaleza
A eso debemos añadirle, por matizar, que deben ser zonas biológicamente intactas, es decir, que su biodiversidad no haya sido modificada por nuestras manos; ni que tampoco hayan sido contaminadas o modificadas por culpa del cambio climático de origen antrópico, etc. Sí que se admiten como lugares salvajes las zonas ocupadas por gente indígena, puesto que somos parte de la naturaleza, pero siempre que no haya una modificación que interrumpa los procesos naturales del hábitat.
Y estamos dejando de lado un aspecto importantísimo, el legal. Cada país, cada zona y hasta cada localidad se rige por una normativa distinta que puede entender la naturaleza salvaje de muy diversas formas. Con todo lo anterior, podemos imaginar que definir algo como salvaje, en su sentido más estricto, es complicado. Así que los biólogos tratan de estimar, mediante las formas que creen más correctas, lo que implica un lugar salvaje de la mejor manera que pueden. Y con dicha definición más o menos clara, además, se dedican a hacer otra de las cosas que más les gusta: medir.
¿Qué queda de salvaje sobre la superficie de la Tierra?
La idea de que la naturaleza salvaje es importante y hay que protegerla, proviene del siglo XIX. Hasta entonces, todo eran recursos y tierra yerma. Tiene sentido si tenemos en cuenta que no fue hasta la revolución industrial, probablemente, que comenzamos a apreciar una reducción sistemática de los hábitats naturales; que ya habían ocurrido antes pero, de pronto, se disparó la pérdida como consecuencia del desarrollo sostenido.
Por tanto, los estudios solo nos dan datos de las últimas décadas. De ellos, el último estudio, que tiene en cuenta los datos de entre 1993 y 2009, nos indica que, aproximadamente, solo el 23% de la superficie terrestre sigue siendo «salvaje». Si tenemos en cuenta que esto incluye a los casquetes polares, los desiertos y otros hábitats de difícil acceso, podemos empezar a entender que, en realidad, nos queda muy poca naturaleza salvaje.
Estos lugares, tal y como explican sus autores, son zonas libres de la presión humana, con unos márgenes de más de 10.000 Km cuadrados, lo que sirve, indican, para demarcar una zona «segura»de naturaleza, evitando el impacto indirecto humano.
En el mar es aún peor
Si en la superficie terrestre nos parece poco, en el mar la cosa está peor. Al menos eso es lo que dicen las estimaciones, que apuntan a que del océano, solo el 13% sigue siendo realmente salvaje. Por ejemplo, según el estudio, las zonas costeras ya casi no contienen naturaleza salvaje.
Otro dato importante es que solo el 4,9% de las zonas naturales están protegidas, indican los autores. Según el estudio, no se ha tenido en cuenta como agente de presión humana los cambios relacionados con el cambio climático, los cuales darían como resultado que no queda naturaleza salvaje ya que todo el océano se ha visto afectado por el aumento de temperaturas, el cambio de nivel del mar o la acidificación.
Según la investigación, las zonas salvajes marinas se localizan, principalmente, en alta mar del hemisferio sur y en latitudes extremas. La mayor parte del área naturales dentro de las zonas económicas exclusivas se encuentran en el Ártico o en las naciones insulares del Pacífico. También hay zonas importantes en Nueva Zelanda, Chile y Australia.
¿Y cuál es la razón principal de que el mar esté tan «humanizado»? Bueno, la pesca, los plásticos, la invasión de especies y la navegación en sí son las razones de que casi no existan entornos propiamente salvajes en el mar. Esto nos hace pensar en dos cosas: en primer lugar, que muchas veces se nos olvida valorar lo que no vemos, como lo que hay debajo de las aguas, de manera adecuada. En segundo, que somos capaces de impactar el mundo que pisamos (o navegamos) mucho más profundamente de lo que nos damos cuenta.
Por qué te debería importar
Bueno, estamos dirigiendo el progreso del mundo y de la especie humana, ¿por qué debería importarnos tanto el que todavía existan lugares denominados como salvajes? La primera razón está en la biología y explica que los lugares salvajes, sin impacto humano, son los únicos sitios donde la evolución sigue ocurriendo sin ningún tipo de intromisión. ¿Esto es bueno o es malo? No lo sabemos con seguridad, pero sí que sabemos que actualmente existe una gran presión selectiva debida al ser humano que dirige la evolución y que nos está llevando a la sexta extinción masiva.
Relacionado con esto, las áreas salvajes son las más adecuadas y preparadas para adaptarse ante un evento cataclísmico (como el cambio climático). Por ejemplo, un cambio radical del medio ambiente o la aparición de un megavirus capaz de aniquilar a una especie entera. Solo en las zonas salvajes reside la máxima esperanza de adaptación debido a una mayor complejidad del sistema ecológico, lo que amplía las oportunidades de supervivencia que tiene cada una de las especies que lo habita.
Otra razón para mantener una gran biodiversidad, es decir el número de especies que habitan un ecosistema, está en el hecho de que cuanto más rica es, más beneficios obtienen todos los miembros del ecosistema. Eso incluye a los seres humanos, donde se ha observado que su pérdida supone un peligro para nuestro bienestar.
Esto puede entenderse por el aumento descontrolado de agentes y especies dañinas, o por la pérdida de cultivos y plantas medicinales, por ejemplo. Lo que nos lleva a otro punto interesante: las áreas salvajes son una de las principales fuentes y soportes de vida de las comunidades más marginales que existen en el planeta, y las hay por todo el mundo. Estas, generalmente, suelen ser comunidades indígenas que todavía se adhieren a sus costumbres ancestrales.
Por último, pero de una importancia extrema, las áreas salvajes naturales se cuentan entre los principales reguladores locales y globales del clima. Entre otras cosas, en estos lugares se da el fenómeno de sumideros de carbono, productores de oxígeno y reguladores de temperatura y humedad, lo que es necesario para el equilibrio global.
¿Y si le diéramos la mitad del mundo a la naturaleza?
«La principal causa de extinción es la pérdida de hábitat», explicaba el ecólogo E. O. Wilson en una entrevista para The Guardian. «Con una disminución del hábitat, la cantidad sostenible de especies en ella disminuye de forma exponencial». ¿Qué ocurriría si nos diera por proteger sistemáticamente el 50% del planeta?
Según la Base de Datos Mundial de Áreas Protegidas, en el mundo encontramow un 15,4% del área terrestre protegida, lo que incluye, también, a los ríos y lagos, etc. Sin embargo de los océanos solo hemos conseguido proteger un 3,4%. Entre las metas de Aichi, destinadas a la protección del medio ambiente y la biodiversidad, se ha fijado el objetivo de proteger el 17% de las áreas terrestres y el 10% de los océanos para 2020.
Si en vez de esta cifra llegaramos al supuesto de preservar la mitad del planeta, teóricamente protegeríamos el 80% de las especies del mundo de la extinción de acuerdo con la curva del área de la especie empleada en sus cálculos por Wilson. Esto sería beneficioso para todas las especies. Pero es un hecho casi imposible, ya que necesitamos expandirnos.
Si, en vez de eso, los esfuerzos de protección se centran en las áreas con mayor biodiversidad, que casualmente son las áreas denominadas como «salvajes», podríamos alcanzar la protección, supone el ecólogo, de casi el 80% de las especies. Sin embargo, con las medidas tomadas por el momento, no estamos consiguiendo el objetivo, y cada vez hay menos especies y menos áreas salvajes.
«La tasa de extinción debida a la huella humana, actualmente es el equivalente a un asteroide del tamaño de Chicxulub, el asteroide que «acabó» con los dinosaurios, pero mucho más rápido». A la luz de los datos, si no ponemos remedio y comenzamos a valorar y proteger adecuadamente nuestras áreas naturales salvajes y su biodiversidad, probablemente el futuro que vendrá será malo, muy malo. Y ya será demasiado tarde para arreglarlo.
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Santiago Campillo
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